La mano mordida
Zara produce unas 40.000 referencias al año. Si hay algún problema con alguna de ellas, como por ejemplo un plagio o un bajo rendimiento en tienda, se sustituye. No pasa nada, hay 39.999 referencias para seguir buscando el beneficio. El deporte es parecido. Los deportistas pueden ser flor de un día. Pasan de héroes a villanos en apenas tres días, como en el caso del fútbol, o de superhombres a ciudadanos anónimos en una hibernación que dura unos cuatro años, como les ocurre a los medallistas olímpicos. Una vez amortizado el éxito, urge buscar una nueva referencia, un nuevo producto, un nuevo deportista. Esta dinámica, por elemental, debería estar instalada de serie no en el disco duro, si no en la nube en la que flota la materia gris de muchos recién llegados al éxito.
El deporte dejó de ser una experiencia de
superación para convertirse en el negocio del espectáculo, una industria como
cualquier otra, tan respetable en su cometido, como criticable en sus procesos
de producción. En este contexto, Mario
Vargas Llosa no está lejos de hablar del deporte cuando reflexiona sobre la
civilización del espectáculo: “La creciente banalización del arte y la literatura,
el triunfo del amarillismo en la prensa y la frivolidad de la política son síntomas
de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la suicida idea de que
el único fin de la vida es pasársela bien”. Uno tiene esa sensación cuando lee
el reportaje sobre las estrellas de la NBA en El País. Tipos como LeBron James
están más cerca de Jersey Shore que de formar parte del Olimpo de los mitos del
baloncesto. Quizá ese sea su objetivo y la épica queda para los aficionados románticos.
Puede ser. En el artículo Negocio
y espectáculo en la cima, se recogen situaciones como la siguiente: “El reportero se acerca a tenderle la mano. James no mueve un músculo y
clava la mirada con ese gesto impasible que le hace a uno no solo bajar la
mano, sino esconderla en el bolsillo y sentirse una pulga incómoda que podría
ser apartada de una toba”. El periodista
que firma el texto, Guillermo Abril,
sufre en sus carnes el desdén y desprecio de un deportista que parece estar por
encima del bien y del mal, un triste personaje que no pronuncia más de tres
palabras seguidas para la breve entrevista que le hace la revista que más se
lee en España durante el fin de semana. Y todo con la complicidad de Nike, la
multinacional con la que firmó un contrato por 73 millones de euros con solo 18
años. ¿Así quieren ganarse al público español? ¿Así quieren vender las zapatillas
y camisetas de un macarra para el que los periodistas, y por ende los
aficionados, se reducen a una molestia similar a un mosquito atontado por el
calor? Tanto Nike como Lebron James deberían recordar que contratos como el
anteriormente citado se pueden firmar gracias a que gente como el que suscribe
compra su material deportivo. Después de leer un reportaje como el de El País,
no es de extrañar que alguien se plantee si va a pagar por lo que representa
LeBron James. Nike, cómplice necesario de este despropósito, no ha podido
obtener una publicidad peor. Está mordiendo la mano que le da de comer.
En
este caso, los aficionados se merecen algo más que tres palabras cuando se
intenta profundizar en la personalidad de lo que parecía un mito del
baloncesto. El hincha necesita comprender qué pasa por la cabeza de su ídolo
cuando falla esa canasta decisiva o anota el tiro libre que supone un anillo de
la NBA. Eso le eleva a la categoría de mito: la conexión emocional con el
aficionado, la épica del humano que consigue lo imposible. Pero la conexión se va al
garete cuando todo es pura fachada, puro plástico, solo músculo. El tiempo
lamina la fuerza y fortalece las emociones.
Por
otro lado, el artículo deja una sensación agridulce que sirve para radiografiar
el estado actual del periodismo. La culpa no la tiene el periodista, que hace
un excepcional ejercicio informativo, sino el medio que permite que un personaje
del deporte ocupe sus páginas a cambio de nada, más bien al contrario. El País
no debería permitir este tipo de atropellos publicitarios. ¿Era necesaria la
entrevista para este reportaje? Evidentemente, no. Quizá el periodista se tenía
que haber levantado de la silla ante la falta de respeto por parte de LeBron y
Nike. No hacen falta entrevistas, no hay que forzar los reportajes, ni tan
siquiera algunos de ellos son necesarios. John Carlin lo supo resumir a la perfección
en una entrevista concedida a Panenka en marzo: “A Messi no quiero volver a
entrevistarlo nunca más. No te da nada, no contesta. Messi me da más placer que
cualquier otro ser humano en la Tierra al verle jugar y le estoy profundamente
agradecido, pero la última entrevista que le hice fue como intentar sacarle
sangre a una piedra. En ocasiones me pregunto: ¿por qué Messi debe ser una
persona que se expresa bien, un hombre de la palabra? Eso es lo que hago yo o
usted, gente que vivimos de vender palabras. Él vende fútbol”. ¿Qué vende LeBron?
Rubén Vinagre: ahora estoy escuchando "Alive", Pearl Jam.
No hay comentarios:
Publicar un comentario